Una clarificación acerca de la humildad

Te das cuenta como soy de humilde, dice alguien para impresionar a otro, hablándole suavecito y muy pausadamente, además de decirle cosas hermosas y las que, según en su opinión, servirían para aplicarlas positivamente en la vida. Rato después el señor llega a su casa y tiene un disgusto en el que ni para que decir. Que gritería y que cantidad de palabras soeces alcanza el sujeto a expresar, antes de que se le baje el “piedrononon”.

Una conclusión sabia reside en que, para considerarse una persona humilde, más que decirlo necesita sentirlo, y practicarlo, puesto que de lo contrario no será mas que “tilín, tilín, y nada de paletas” y que, como en el caso de la oración del fariseo en el templo, es creerse perfecto cuando en realidad no lo es para nada. La humildad es la capacidad de renunciar al orgullo y aun así conservar la dignidad, decía el gran pensador Iván De Georgeau, implicando ello que cuando bajamos nuestro lomo y permitimos que lo humilde penetre sincera y serenamente en nuestras vidas, estaremos de verdad enterrando al hombre viejo para dar nacimiento al nuevo.