Hace unos años conocí a un ciudadano que se
auto apodaba Juan Sin miedo, pues según el señor había vencido el miedo y
por tanto era prácticamente invulnerable. El caballero alardeaba hasta mas no
poder con su sobre nombre, mientras la gente lo observaba entre sorpresa y
admiración.
Un día cualquiera D. Juan Sin Miedo llamo a
alguien que él consideraba su amigo para decirle que la noche anterior habiendo
peleado con su mujer le había gritado diciéndole “me voy de fufurufas “, lo
cual realizo al pie de la letra, olvidándose que su condición de adicto le
recomendaba el no tentarse con esto pues tarde o temprano saldría derrotado.
El dialogo entre los dos amigos se desarrolló así:
mira estoy vuelto “chicuca” pues después de haberme ido, disque a desahogarme y
divertirme, me metí tremendas “pea” y “embalada” y ahora estoy aquí sin un peso
en el bolsillo y en pánico por enfrentar la realidad. Por tal motivo llamo para
decirte que me voy a suicidar pues la adicción me está matando y la vida no vale
la pena.
¿El amigo del famoso Juan le dijo, sabes
campeón? Porque no me dices donde estas que paso a recogerte para que nos
suicidemos juntos. El “pisco”, tan vaciado que estaba, no pudo más que
“totearse” de la risa por tal exabrupto e inmediatamente darle la dirección
para que lo recogiera y luego le acompañara a llegar a su casa. En este caso,
ya no sintió miedo, sino pánico, por las consecuencias que, luego de su loca
rumba, le tocaría enfrentar.
Por lo anterior no hay que descartar que podemos
tener miedo pero que, si estamos bien, esto es en plena conciencia, y libre de
componentes externos y dañinos podremos, con la ayuda de Dios, un Poder
Superior, tal y como cada cual lo conciba y de otro ser humano con el que
tengamos empatía, superar ese agobiante sentimiento logrando así concluir en que
un miedo enfrentado con la necesaria ayuda podrá ser convertido en harina de
otro costal.