Recuerdo a un cura en una iglesia parado casi que como un policía amedrantando la gente que iba a comulgar diciendo en voz firme “Quien no se haya confesado ni que se atreva a tratar de comulgar pues cometerá grave pecado”. Ello contrasta con lo que le escuche a otro quien, en toda ocasión cuando va a distribuir la comunión, repite las palabras de Nuestro Señor en la última cena “ Bienvenidos todos a esta mesa’.
Orar es similar y para ello no se necesitan tantos vericuetos para hablarle a Dios. El solo hablar es suficiente y la posición no importa, tal y como lo aprendí de uno de sus libros al célebre pastor Metodista y motivador, Norman Vincent Peale, quien hacia énfasis en que para orar no había que necesariamente estar de rodillas sino que cualquier postura valía, siempre que la oración fuera sincera y naciese del corazón de cada cual. Orar es pues sencillamente hablarle a Dios y ello también se puede hacer en cualquier lugar, pues Dios está en todas partes, muy especialmente en el lugar en donde residimos los más necesitados de su ayuda.