Me parece estar viendo de nuevo la escena de una situación
de transito que hace un tiempo tuve, en la que manejaba yo por una vía
principal cuando súbitamente y pese a que había un signo de PARE que no hizo,
una jovencita de unos dieciséis años se vino encima de mi carro, estrellándose
contra el y dejando arruinada la puerta lateral. Al pasar esto me detuve y,
como la joven estaba bien exaltada y echándome a mi la culpa del evento, decidí
llamar a la policía para que se hiciera cargo del evento. Al llegar la agente,
la joven también había llamado a su mama, la cual llegó “cargada para tigre “.
Entonces un testigo que presencio el acto decidió dar su
testimonio, basado en la verdad, diciendo que la culpa había sido de la joven. ¿Y
para que fue eso? La mama se vino lanza en ristre contra el honesto espectador
lanzándole toda clase de improperios, entre ellos el de “basura blanca “, que
es algo así como el de sapo, muy usado en la terminología hispana, y obviamente
pretendiendo evadir la responsabilidad de su irresponsable hija, quien era la
culpable de lo que había pasado.
La policía finalmente expidió un tiquete de multa en el que
le asignaba la infracción a la muchacha, lo que me facilitó el irme de allí
para buscar contactar a mi aseguradora dejando, tanto a madre y a hija, sumidas
en su negación sobre la evasión irresponsable y continuando con la diatriba de
injustificados insultos e improperios. En la situación descrita ni la joven ni
su violenta madre aplicaron el concepto de que la mejor forma de adquirir y
demostrar auto respeto, es cuando una persona que comete una acción equivocada,
lo mas pronto posible que debe hacer es admitir su error y, si afectó a otra,
proseguir sin dilación alguna a reparar el daño causado.