¿Pero cómo así? ¿Entonces no tenemos derecho a enojarnos?
Bueno, pues sí, pero sin permanecer en ello. Veámoslo un poco mejor. Los seres
humanos tenemos la tendencia a tomar las cosas en forma personal y, si alguien
nos dice algo que no nos gusta , refiriéndose a una acción nuestra, no vemos la
situación como algo externo y trivial, sino que nos ofendemos, sin detenernos a
pensar que quizás ello no sea tan grave como lo percibimos.
De otra parte, cuando días después, el enojo persiste, con
o sin razón, habremos pasado del sentimiento al resentimiento, lo cual produce
efectos nada positivos para nuestra paz interior. Al resentirnos y no perdonar ni
olvidar, cometemos el grave error de, no solo andar con nuestra propia carga
de insatisfacciones y dificultades, sino también ponernos al lomo la carga del
enojo por
otro.
¿Y la solución?, Soltar, mejor dicho, dejar ir tanto el
pensamiento que el enojo nos ocasiona, como también el mal interior de este resentimiento.
Es dejar ir y permitir que la situación la maneje un Poder Superior a nosotros
mismos, para mi Dios, quien al final es quien conoce muy bien cómo llevar la
batuta del entorno musical de nuestras vidas.
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