Recuerdo cuando era un niño que cuando veía a
una persona de cincuenta años o más, mi impresión era la de que estaba frente a
un viejo cuya esperanza de vida, como la define la estadística matemática, era
inferior a la de hoy en día. La vejez era pues algo de llegada relativamente
rauda y veloz.
El mundo y la medicina han avanzado y
progresado tanto que por esta época una persona de setenta años se considera
como una persona de la tercera edad y no como antaño, que se le veía como a un
anciano.
Si a lo anterior se le suma un buen manejo de
la vida interior, implicando ello una condición espiritual que dé ánimos para
vivir mejor, entonces estaremos ante un progreso que implica el vivir en
concordancia con la creencia en un Poder Superior, Dios como cada cual lo
conciba.