"Qué bueno ser mayoría que bueno ser liberal",
decían los derivados del Santanderismo, mientras que sus opositores azules
replicaban " Que viva el glorioso partido conservador". En otras
partes, llámense demócratas o republicanos, o quizás laboristas, o social
cristianos, ninguno, y mucho menos los de izquierda o derecha radicales, se
pueden dar el lujo de ostentar una mayoría tan significativa como lo es la que
acarrea la ambición excesiva y desbocada, acompañada de la avaricia.
El ambicioso obsesivo no tiene partido, pues su verdadero
"dios" y color político es solamente el dinero, y con el intenta por
todos los medios ganar a cualquier precio, apoyando precisamente solo a aquel
que se adapte a su modelo de acaparamiento. Uno de sus acompañantes predilectos
es la corrupción, uno de los males que hoy por hoy afecta inmisericordemente a
la sociedad y a sus instituciones.
Frente a ese partido solo existe una alternativa para
derrotarlo y ella está directamente relacionada con la educación y la re-unificación
de la familia, en un proceso que aunque tarde muchos años, restaurará los
pilares de moral, ética, y civismo tan necesitados en los tiempos actuales.
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