En tal sentido el Agnóstico afirma sin ningún rubor que la
existencia de Dios no se puede demostrar ya que científicamente no logran
encontrar la respuesta a sus dudas. Para ellos el único “dios “es el intelecto,
y por tanto si este no resuelve las incógnitas la respuesta más evidente será
la de la resistencia. Ni oyen, ni ven ni entienden, y por ello a este respecto
permanecen fríos e inmóviles cual ninguno otro.
Aparecen entonces los Ateos, mas radicales aun, quienes
afirman con seguridad que Dios no existe. Solo creen lo que ven y por tanto, un
Dios que no sea palpable visual y materialmente, no estará por parte alguna.
Tanto los Agnósticos como los Ateos viven sus vidas alejado de los principios
del “Teo“, considerándose a veces ellos mismos casi que sus propios dioses.
A Dios gracias soy ateo, dice algunos no creyentes,
ufanándose de sus concepciones al respecto, cuando de manera instantánea y en
cierta forma consciente están reconociendo sus creencias ocultas o adormiladas.
Un caso clásico es el de un sanguinario bárbaro , ateo cual más, quien a
punto de morir, herido en batalla, tomo un poco de su sangre mezclada con arena
y lanzándola hacia el firmamento dijo con furia “Venciste Galileo “, en un
claro reconocimiento al principio irrefutable de que Dios si existe, y que curiosamente
el reside en uno de los puntos mas ocultos del ser humano cual es el de su
interior y por ello, para encontrarlo, hay que buscarlo allí.