El Llamado a Trascender el Yo

Vivimos en una época sedienta de ídolos, donde se aplaude al que destaca, al que brilla con luz propia, al que logra conquistar fama, riquezas y poder. Se nos ha hecho creer que el mundo necesita más “súper hombres”, seres extraordinarios que arrastren multitudes con su carisma y conquisten el aplauso con su genialidad. Pero ¿y si el verdadero llamado no fuera a ser grandes, sino a ser canales? Esto sería bien diferente. El mundo no necesita más héroes egocéntricos, sino hombres y mujeres por encima de lo natural, personas que hayan desplazado su “yo” del centro de la vida para permitir que algo mucho más grande —el Poder Divino— fluya a través de ellos. Ser verdaderamente grandes no consiste en inflar la personalidad, sino en trascenderla. O sea, seres encaminados por un sendero espiritual. Cuando la aspiración humana —esa sed de reconocimiento, logros y estatus— cede su lugar a la inspiración divina, ocurre el verdadero milagro: dejamos de vivir para nosotros y comenzamos a vivir desde algo superior. Es entonces cuando lo imposible se hace posible, cuando lo ordinario se convierte en extraordinario, no por mérito personal, sino por Gracia de Dios, Nuestro Señor.

El progreso más auténtico no es el que se mide en cifras o aplausos, sino el que se expresa en profundidad espiritual. Más que adquirir, hay que dejarse adquirir por lo Sagrado. Nuestra mayor ambición debería ser la de ser útiles a Dios, no como marionetas, sino como instrumentos conscientes, disponibles, afinados por la voluntad divina. Porque Dios no necesita más poder. Él ya lo tiene todo. Lo que necesita son instrumentos dispuestos, corazones abiertos, egos rendidos, manos limpias y voluntades dóciles que permitan que Su obra se realice en el mundo. Esto es mentes abiertas cubiertas de buena voluntad. Desde el lugar más humilde, estos instrumentos pueden rehacer el mundo. No se trata de hacer más, sino de ser menos. No, de brillar, sino de permitir que la Luz nos atraviese. No, de conquistar, sino de servir. Porque cuando el Yo se calla, Dios habla. Y cuando Dios habla a través de un alma rendida, el mundo cambia y para bien.