Mi anécdota sobre Jorgito me lleva a recordar aquello de
que si una persona te dice “tú eres un caballo “bien vale la pena incomodarse,
al menos la primera vez. Si esto se repite con alguien diferente, quien también
te llama caballo, pues bueno, bueno, habrá incomodidad, y ya un poco de
asombro. Y si por desgracia una tercera también te dice caballo, no queda sino
una sola alternativa: ponerse una montura y salir raudo a cabalgar.
El corolario de lo anterior es que miremos con atención lo
que somos para no caer en la tentación de creer que representamos algo
diferente, a veces inflado con complejos de superioridad, cuando la realidad es
que cargamos a nuestras espaldas grandes sensaciones de inferioridad las
cuales no detectamos y, si lo hacemos, pues tratamos de ocultarlas con falsas máscaras
y desvirtuadas apariencias.