Un pensador expresaba que los resentimientos navegaban como
los submarinos puesto que, en no pocos casos, al igual que aquellos, se alojaban
en lo más profundo. Una mirada no amable, una respuesta inoportuna, un chiste sarcástico
pueden generar un resentimiento tal que, aunque pareciera ser simple, a la
larga no lo es tanto, puesto que tarde o temprano aparecerán de nuevo,
extrayéndose desde las partes más escondidas del subconsciente.
Un día cualquiera alguien quien tenía una tos fuerte quiso
saludar a otra persona de mano y esta lo evitó, ¿saltando como una rana y a la
vez diciéndole: “Ud. está enfermo?, no se me arrime. Aunque quien dijo esto no
se expresó en forma cordial ni prudente, el otro quedo resentido por el hecho,
tanto así que siempre que le veía, ese aprecio que antes del incidente le tenía,
se había convertido en rechazo y molestia.
Tiempo después, aconsejado por su coach, decidió pasar la
pagina y quiso volver a acercársele a quien le causaba molestia pidiéndole que
si le podía dar un abrazo. La persona esta vez le dijo: Esta Ud. oliendo a loción
y por tanto no puedo recibir su abrazo pues padezco de enfisema pulmonar y al
Ud. aproximárseme, esto me crearía una reacción alérgica, delicada para mí.
El desenlace fue que el antiguo resentimiento mutó para
convertirse en un sentimiento y actitud de comprensión y afecto, paralelamente
con la aceptación por la equivocación de haber juzgado a alguien en forma
apresurada sin saber el porqué de la reacción original cuando el primer
incidente ocurrió. Amar sin condiciones y no resentir, seria quizás una buena
propuesta para que sintamos, incluso cuando alguien nos agrede, en ciertos casos
realmente, pero en no pocos tan solo imaginariamente.