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Wednesday, September 17, 2025

El instante que mata la justicia

Hay momentos en que las palabras salen antes que la conciencia. Actuamos, hablamos o escribimos llevados por la emoción del instante, creyendo que estamos siendo firmes, auténticos o incluso valientes. Pero en esa prisa algo esencial se desvanece. Se esfuma la justicia. Se diluye la tolerancia y se nubla en cierta forma la razón. Porque cuando reaccionamos sin pausa, dejamos de ver al otro. Ya no escuchamos para comprender, sino para responder. Ya no observamos con empatía, sino con el filtro de nuestras heridas o urgencias. En ese acto precipitado, perdemos equilibrio y de ahí surgen acciones con malos desenlaces. La justicia necesita tiempo. No mucho, solo el suficiente para preguntarnos: ¿Estoy en verdad siendo justo o solo estoy descargando mi emoción? La tolerancia no es debilidad, es madurez. Y como toda madurez, requiere pausa, perspectiva, y humildad.
Una palabra dicha sin pensar puede cerrar puertas que tomarán años volver a abrir. Una acción impulsiva puede dañar más que mil silencios. Y un mensaje escrito sin filtro puede convertirse en una herida difícil de borrar. Es entonces algo muy similar al papel que se arruga que luego que lo hayamos estrujado el volverlo a su forma original será algo casi que imposible. La prisa tiene sus lugares: en las decisiones de emergencia, en los semáforos, en el deporte tal vez. Pero no en el alma. No en el trato con los demás. Allí, la pausa no solo es prudencia: es compasión. Y la compasión es la forma más clara y elevada de justicia.

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