Que miedo y rabia dan cuando
uno es objeto de un robo, bien sea por desfalco o por atraco, este último que a
veces produce incluso pánico. Y este miedo surge por el temor y desagrado por
perder algo o por ser objeto de una posible o real agresión del tipo físico.
Que vaina que los atracadores de hoy cada día utilicen cada día más la
violencia para cometer sus fechorías, así el afectado ni siquiera haya puesto
resistencia. Estos son los malandros y bandidos, que descargan sus
frustraciones en inocentes víctimas.
Existe de otra parte un
robo muy delicado y este es el del hurto de la paz y la serenidad de cada uno
debido al temor por algo qué ni siquiera ha sucedido y sobe el cual nos
mantenemos innecesariamente preocupados. Esto es anticiparse al
desenvolvimiento de hechos futuros sin tener argumentos sólidos a la mano que
comprueben un enlace negativo.
El miedo a lo
desconocido se arguye como falta de fe y confianza de que existe un orden
perfecto en el universo, Dios, al que, si acudimos con convicción, allí estará
siempre para darnos la mano que necesitamos. Para esto hay una condición bien
importante y esta es que, además de que creamos en Dios, nuestro Poder
Superior, también le creamos a Él.