Aún no he logrado entender porque las personas piensan
negativamente y se anticipan ante acontecimientos no llegados con escepticismo
y duda. Es el caso, para citar un claro ejemplo, en el que se tiene una cita médica
programada con días de anticipación y que, durante este periodo previo la mente
divaga acerca de lo que se podría adolecer, imaginándose en un buen número de
casos quizás lo peor.
Traigo a referencia también el caso de aquella nefasta
carta de la oficina de impuestos que viene por correo recomendado y que por
tanto hay que reclamarla personalmente y la que llega un sábado después de
mediodía cuando las oficinas están cerradas. ¿Qué dice la mente? Reajuste en
las tarifas, multas, recargos, etc., y en fin todo aquello que quizás pueda
generar perjuicio o inconvenientes para el receptor.
Mérmele, hermano mérmele… pues no es para tanto. Nadie seca
la ropa que se va a lavar mañana con el sol de hoy y por tanto, tan innecesario
desgaste, no vale la pena vivirlo en los días previos al desenlace de algún
evento en el que estamos involucrados, recordando al tiempo aquello de que “no
por mucho madrugar amanece más temprano”. Resulta preciso entonces educar nuestra
mente obligándola a que se concentre en el momento presente que es la realidad
y se salga de un futuro que es incierto.