Contaba alguien, quien había experimentado un despertar espiritual, producto de una situación sobrenatural y quien luego de ella su vocación por Dios se disparó como un misil. Era tanta su gratitud y asombro por el fenómeno vivido, que quiso pasar el mensaje de la relación con su Poder Supremo a quien pudiera convencer de la bondad de lo que sentía.
Alguna vez que estaba en un pequeño pueblo de visita
participó en una cena en donde conoció a un medico el cual se definió en la
conversación que ambos tuvieron como una persona agnóstica. Por horas estuvo
tratando de convencer al galeno que adoptara sus principios espirituales, pero
no tuvo éxito en su cometido.
Años más tarde volvió al lugar y en cena similar se
encontró con la esposa del Doctor. Al verla sola le preguntó por su marido.
Esta, con mirada triste pero plena de serenidad, le contó que su esposo, pese a
ser un muy eminente medico egresado con honores de varias universidades,
incluyendo una importante especialización. en vez de aceptar jugosas ofertas
para trabajar en grandes ciudades con ingresos bien cuantiosos, decidió
quedarse en ese pueblito para poder atender, incluso en muchos casos gratis, a
los obreros de bajos recursos de la única fábrica que allí había.
La señora denotando su ausencia le comento al señor que
debido a su edad y por la especial dedicación que el daba a sus pacientes, su
salud se fue deteriorando poco a poco hasta que un días sus fuerzas flaquearon,
su corazón no aguanto, y entonces falleció. El caballero de la historia se dio
cuenta en ese momento que aquel Doctor a quien había tratado de convencer
acerca de su espiritualidad, pese a su agnosticismo, resultó ser mucho más espiritual
que él, quien con ahínco predicaba acerca de su mundo espiritual.