Desinflando nuestros egos

Existen personas quienes a veces se encuentran tan sobradas y creídas en sí mismas que parece ser que si las pincharan explotarían. ¿Y a qué se debe esto? A un soberbio acompañante que tenemos los seres humanos comúnmente conocido como el ego. El ser ególatra, egocéntrico, o como desee llamarse algo similar, me acuerda de aquella Jirafa que para ser vista cada vez más alto se estiró tanto que al final se desnucó. La transitoria belleza física, las posiciones de poder, los bienes de fortuna son atributos más que deseables y agradables para tener en nuestras vidas. Sin embargo, cuando la ambición o el sobre aprecio por la posesión de estos se desboca, es entonces cuando empieza el problema.

¿Y la razón?, muy sencilla. Cuando pretendemos creernos en cierta forma invulnerables o superiores a las demás personas y pensamos casi como “dioses “, la realidad nos muestra que no somos realmente eso pero si tan frágiles, que la verdad sea dicha es que nuestros pilares de comportamiento, buen sentir y actuar, están pegados con babas. Lo malo de tanta arrogancia reside en que cuando lo que teníamos y adorábamos en el campo material se reduce o se convierte en mínima expresión, las frustraciones, desmoralizaciones y caídas del “curubito “nos agobian cual más. La pregunta seria: ¿Y cómo salir de allí? Creemos entonces que la recuperación de tales estados requiere de un desinflamiento de ese ego tan mal encarado y la aproximación hacia una vida espiritual.